Nunca, o casi nunca, un pastel de queso había dado para tanto. De un primer cheesecake preparado en casa para matar el tiempo libre a un negocio que elabora veinte unidades de esta sabrosa tarta cada día, además de otros pasteles y dulces, solo median unos pocos años. ¿La receta? Pasión, esfuerzo, un pellizco de suerte, amor por un trabajo bien hecho y el acompañamiento de la Fundación de la Esperanza. Dulzura Mía es hoy un sueño consolidado, el sueño de Oner y Diana, que planea crecer con nuevos productos y nuevas aperturas de tiendas.
El emprendimiento corre por las venas de Oner. Lo vivió en su casa, en Venezuela. Hijo de comerciantes, sus padres pusieron en marcha diferentes negocios. Él también lo intentó con apenas dieciocho años, pero después de haber hecho todo el trabajo de campo, el estudio de mercado, de haber averiguado qué necesitaba para abrir una pizzería, otro se quedó con su idea y con su negocio. La experiencia le dejó un sabor agridulce, pero no acabó con sus ganas de emprender y de volar. En 2007, pocos días antes de cumplir los veintiuno, viajó hasta Sitges, donde ya vivía una de sus hermanas.
Con ganas de comerse el mundo, Oner fue rodando de cocina en cocina, ya fuera en un chiringuito de playa, en un bar de comidas o en un restaurante de postín. En Sitges, en Vilanova i la Geltrú, en Cubelles, en Barcelona... Aprendió cocina entre brasas, sartenes y cacerolas, descubrió nuevos productos e introdujo en los menús otros muy apreciados en su tierra, como el mango verde. Su proceso de formación como chef culminó cuando en Barcelona trabajó para un reputado cocinero del que aprendió también los secretos de la repostería y unas cuantas recetas que, aún hoy, sigue elaborando.
Durante largos meses, la fundación ayudó a Oner a elaborar un plan de negocio que fuese viable.
Y fue trabajando en un restaurante de este chef que Oner conoció a Diana, una joven rusa que justo acababa de terminar en Barcelona un máster y que, por ganarse unos euros, hacía unas horas en este local de El Born recibiendo a los clientes. Cerró el restaurante y, ya como pareja, se trasladaron de nuevo a Sitges, donde la hermana de Oner les ofreció trabajo. A él, para llevar un restaurante de comida a la brasa que acababa de abrir con un socio; a ella, que ya había decidido quedarse en España, sirviendo copas en un pub. Y allí, por llenar el tiempo libre, Diana preparó su primer pastel de queso. El resultado fue... ¡espectacular!
La aventura en Sitges llegó a su fin, también con un sabor agridulce para Oner, que vio cómo las promesas económicas que le habían hecho no se cumplían. Vuelta a Barcelona. Gracias a su experiencia y a un cuidado book de presentación, con fotos de sus creaciones gastronómicas, a Oner no le fue difícil encontrar trabajo. Recibió el encargo de poner en marcha desde cero un restaurante especializado en brunch. Los primeros proveedores de tartas que tuvo no resultaron de su agrado; él, que sabe de repostería, pensaba que no era un producto de calidad. Así que planteó que Diana preparara su cheesecake para servir en el restaurante. La idea fue aceptada por los propietarios, que plantearon también que por qué no hacía otras tartas, como la de zanahoria o la vistosa red velvet. Con la ayuda y los conocimientos de Oner, Diana se puso manos a la obra, buceó en recetas, investigó ingredientes y probó y probó hasta que las tartas salieron de su horno con una nota de diez. Unos meses después, el proyecto se truncó para Oner. Se quedó en el paro. Y casi al mismo tiempo que él perdía el empleo, Diana supo que estaba embarazada de su primera hija, Yara. ¿Y ahora qué? Pues a hacer tartas y a venderlas en restaurantes. Dicho y hecho, porque así de resolutivo es Oner. Iban tirando, pero había que ir un paso más allá para formalizar la situación y poder facturar a los clientes. Oner pensó en capitalizar el poco paro que tenía y darse de alta en autónomos. Y eso ¿cómo se hace? Fue a su oficina bancaria para buscar consejo y ayuda y lo que encontró fue más que eso. Halló la llave de paso de su futuro. De allí lo derivaron a la Fundación de la Esperanza, donde le dieron la mano y lo acompañaron hasta que esa idea de negocio, Dulzura Mía, fue una realidad.
Roser, la responsable de la línea de autoempleo de la Fundación de la Esperanza, aportó el seny; Oner, la rauxa. Lo primero que se hizo desde la Fundación de la Esperanza fue ayudar a Oner en el proceso de darse de alta en la Seguridad Social como trabajador autónomo. Con eso, ya podía facturar y buscar más clientes. Pero treinta tartas a la semana no eran suficientes para acceder a financiación. Así que Oner y Diana se lanzaron a buscar más clientes, a vender más tartas... Del horno de su casa cada noche salían más y más pasteles. Con mejores números, la fundación lo empezó a ver más claro y durante largos meses ayudó a Oner a elaborar el plan de negocio para demostrar su viabilidad y solidez cara a obtener el microcrédito de MicroBank. Para su obtención, era imprescindible contar con un local en el que instalar el obrador. Semanas de búsqueda infructuosa hasta que un buen día, mirando por la ventana de la cocina de su casa, Oner vio que en los pisos que estaban construyendo a la vuelta de la esquina acababan de colocar una salida de humos. ¡Eureka! Ahí estaba su salida de humos. Fue a interesarse por el local, presentó una detallada propuesta sobre el negocio que quería montar en él y la suerte quiso que la propietaria, que había hecho su patrimonio en el sector de las panaderías, confiara en él. No solo se avenía a alquilar el local, sino que les daba cuatro meses de carencia –en lugar de los dos que Oner había solicitado– para que pudieran acondicionar el espacio.
Con el precontrato de alquiler corrió a la fundación, que, con la misma rapidez, inició los trámites para que le fuera concedido un microcrédito de 25.000 euros a devolver en seis años. Casi la mitad del préstamo se fue en comprar electrodomésticos y otra parte importante en adaptar el local a las necesidades del futuro negocio. En julio de 2019, Dulzura Mía estrenaba su obrador y una pequeña tienda, con una vitrina, para satisfacer la creciente demanda de los restaurantes y captar al público de la calle. Por aquel entonces, Oner y Diana ya elaboraban cien tartas a la semana. Unas tartas que, por cierto, repartían en bicicleta. Cuando pudieron, se compraron una bici eléctrica para hacer más fácil y rápida la distribución.
El negocio marchaba y ellos, con su pequeña Yara de dos años, eran felices. Para captar más clientes particulares, firmaron un contrato con una plataforma de reparto de comida a domicilio. Pero llegó la pandemia y el estado de alarma, que llevó a los restaurantes al cierre. Los hornos de Dulzura Mía empezaron a funcionar a medio gas; casi no tenían a quien vender. Hasta que firmaron un contrato con otra plataforma de reparto de comida a domicilio y, a partir de ahí, la máquina que avisa de los pedidos no dejó de sonar. Recibieron incluso uno desde el extranjero, una mujer de Alemania que quería enviar un pastel a su hijo que vivía en Barcelona. También de un cliente que clicó en todos los productos disponibles, desde tartas enteras hasta porciones, por un importe superior a trescientos euros. Y no era un error, no, el cliente sabía que su mujer quería algo dulce y la obsequió con toda la tienda. Día de la Madre, monas de Pascua, cumpleaños..., hornos a tope. Y ahí fue cuando Oner vio la oportunidad de reorientar el negocio. No más restaurantes, de los cuales algunos tardaron meses en saldar su deuda de la pandemia con Dulzura Mía, y a focalizarse en el cliente particular.
La Fundación de la Esperanza se preocupó por ellos durante el confinamiento, llamaba para saber cómo les iba y fue quien les puso sobre la pista de los préstamos extraordinarios que se estaban concediendo para paliar los efectos de la pandemia. Gracias a uno de estos créditos, pudieron abrir una segunda tienda. Y ya van por cinco, en diferentes ubicaciones de Barcelona, con más de veinte trabajadores contratados que comparten sus mismos valores y su pasión por el trabajo bien hecho. Oner y Diana son plenamente conscientes de que con cada puesto de trabajo que crean ayudan a un grupo familiar y eso les llena de orgullo. Una familia que crece en el plano laboral, pero también en el personal. La pareja dio en 2021 la bienvenida a su segunda hija, Adriana.
Oner sabe que sin la Fundación de la Esperanza la historia de Dulzura Mía sería otra. Allí aprendió a madurar las ideas, a tener toda la información antes de lanzarse de cabeza a un proyecto. El seny frente a la rauxa. Ahora, cada paso que da está meditado, bien preparado y planificado. No se pueden dar pasos en falso. Y es con todo este aprendizaje que Oner y Diana preparan la expansión de Dulzura Mía a otros barrios de Barcelona y a localidades periféricas y planean abrir un local para servir brunch. Poco a poco, haciéndolo cada día un poco mejor, siendo honestos consigo mismos y con sus clientes. Para seguir con su plan tan redondo como sus deliciosas tartas.
Con cada puesto de trabajo que crean ayudan a un grupo familiar y eso les llena de orgullo.