La fortaleza nacida de la adversidad
Dhay

Si la enfermedad marcó su pasado, la salud está guiando su futuro. Con mucho esfuerzo, unos cuantos tropiezos en el camino y mucha ayuda y acompañamiento de la Fundación de la Esperanza, Dhay está tejiendo los mimbres de su porvenir. Ha completado su formación de auxiliar de enfermería, trabaja en una clínica de Barcelona y sueña con cursar más pronto que tarde el grado universitario en Psicología. Su reto es haber conseguido el título dentro de cinco años, además de haberse sacado el carné de conducir y tener un coche y una casa. A Dhay no le faltan sueños, y si la vida le rompe uno, se construye otro.

La existencia de Dhay no ha sido fácil. No lo ha sido desde el momento de su nacimiento. Hija primogénita de una familia iraquí residente en Bagdad, vino al mundo con una enfermedad congénita. A Dhay la operaron en su país, pero todo lo que podía salir mal salió mal. En 2006, gracias a la iniciativa de un medio de comunicación, cuarenta niños iraquíes con diferentes patologías fueron trasladados a España para ser tratados de sus dolencias. Dhay, que por aquel entonces ya tenía seis años, estaba en el grupo.

Ejercer de interlocutora y traductora de la familia la hizo crecer antes de tiempo. 

Aterrizó en Barcelona de la mano de su padre, Ali. Su madre, Wijdan, y sus dos hermanos menores se quedaron en Bagdad. El Hospital de la Vall d’Hebron fue su casa durante tres meses, postrada en una cama tras una seria intervención quirúrgica, con la sola compañía de su padre. Lo que Dhay echaba de menos a su madre no se explica con palabras. Tampoco el pánico que la atenazaba cada vez que un médico o una enfermera entraba en su habitación. Sus grandes ojos negros, asustados, gritaban miedo. Llegó a odiar las batas blancas.

A medida que iban finalizando sus tratamientos, los niños de la expedición volvían a Irak. Dhay se quedó en Barcelona porque los médicos advirtieron que si la pequeña regresaba a su país quedaría comprometida su supervivencia. Todavía hoy necesita supervisión y tratamientos que requieren ingresos hospitalarios anuales y seguimiento médico. Ali y Dhay se quedaron, con el coste económico y emocional que eso tenía para la familia.

Dhay empezó la escuela. Aprendió sus primeras palabras en catalán y en castellano –en todo el tiempo que estuvo en el hospital no dijo ni mu, solo hablaba en árabe con su padre–, y poco a poco fue superando el choque su nueva realidad. Pero a la niña le faltaba uno de los pilares de su vida: su madre. Desconsuelo y miedo. Temía no verla nunca más. Las llamadas semanales desde el locutorio eran el único contacto entre madre e hija. Hasta que en 2012 esos largos años de ausencia llegaron a su fin. Wijdan pudo reunirse en Barcelona con su marido y su pequeña. Los dos hermanos permanecieron en Bagdad a cargo de los abuelos. No fue hasta 2019, y casi por una carambola del destino, que los dos jóvenes, después de muchos intentos frustrados, pudieron viajar a España. La familia, que creció en 2013 con el nacimiento de Zain, está por fin junta.

"Sus ganas de curarse fueron fraguando el sueño de ser médico.”

En esos primeros años de escuela se fue fraguando el sueño de Dhay de ser médico. Sus ganas de curarse, de tener los conocimientos suficientes para tratar su enfermedad, eran superiores al miedo que le causaban las batas blancas. Sin embargo, los estudios no se le daban bien y no por falta de capacidad. La secundaria no fue fácil, era una adolescente impulsiva y un tanto peleona y no le resultó sencillo adaptarse a un entorno que se lo puso complicado. Sufrió acoso por su enfermedad y también por llevar el hiyab, el velo islámico. Tuvo problemas tanto con alumnos como con profesores del instituto. Y entre suspensos y repeticiones de curso abandonó su sueño de ser médico.

Pero ahí estuvo la Fundación de la Esperanza, para ayudarla y conseguir que no arrojara la toalla, que simplemente reorientara sus sueños. La familia había llegado a la entidad en 2014, derivada por el Servicio de Inserción Social (SIS). Wijdan y el pequeño Zain entraron en el programa maternoinfantil. Tanto el bebé como la propia Dhay contaron de inmediato con el apoyo del programa CaixaProinfancia; para la madre se activaron recursos para que aprendiera castellano.

Durante mucho tiempo, Dhay tuvo que ejercer de interlocutora y traductora de la familia, un papel que no le correspondía por edad, que la hizo crecer antes de tiempo. Como otros niños de familias migradas, tuvo que representar a sus padres y participar en decisiones con la presión añadida de equivocarse. A Dhay, por ejemplo, le tocó traducir procesos importantes para la vida de la familia. Ella, que solo quería jugar y salir con sus amigas, tuvo que lidiar con problemas de adultos. En el caso de la Fundación de la Esperanza, la colaboración de Dhay en esa función de traductora fue clave para desarrollar la intervención y construir el vínculo con la familia.

Viendo las dificultades que tenía para sacar adelante sus estudios, la fundación propuso a la joven participar en el Centro Abierto para recibir refuerzo escolar. Aunque su asistencia, por motivos familiares, fue en ocasiones irregular, Dhay mejoró su rendimiento y aprendió una valiosa lección: la importancia de continuar con sus estudios, de seguir formándose y construirse su propio proyecto de vida. Tanto se lo dijeron, y se lo siguen diciendo, que Dhay ya no entiende su futuro sin formación.

La Fundación de la Esperanza la ha acompañado en todo su itinerario formativo. Entre estancias en el hospital y situaciones familiares complejas, se preparó para entrar en un ciclo superior de auxiliar de enfermería. Y ahí contó con la ayuda de los voluntarios, que hicieron buena la frase de Benjamin Franklin: “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo.” De un cero a un ocho en matemáticas. Una inesperada traba burocrática impidió que pudiera presentarse a los exámenes finales del ciclo. Sin embargo, viendo su implicación en su itinerario y las ganas de volver a estudiar, la fundación la animó en 2021 a matricularse en un grado medio en Técnica de Cuidados Auxiliares de Enfermería y, además, lo pudo hacer con una beca de la Fundación Nous Cims (becas ZING). La joven finalizó los estudios, con sus correspondientes prácticas en el Hospital de la Vall d’Hebron. Al mes fue contratada en una clínica de Barcelona y planea seguir estudiando un grado superior.

“A Dhay no le faltan sueños, y si la vida le rompe uno, se construye otro.”

El acompañamiento no solo ha sido formativo. También ha sido laboral. Entró en el programa Incorpora Joven y realizó formación como monitora de tiempo libre. Las prácticas las hizo en la propia fundación, en el campamento de verano del año 2021, y siguió un mes más como voluntaria. Se encargó de realizar un taller de henna, que entusiasmó tanto a los alumnos como a las trabajadoras de la entidad, que hacían cola para que la joven les tatuara las manos con ese tinte natural color rojizo. Disfrutó mucho de la experiencia, hizo muy buenas migas con sus compañeras voluntarias y, sobre todo, se convirtió en un referente positivo para los niños del casal. Eso sí, cada día llegaba a su casa agotada. Exhausta pero feliz

Con una sonrisa casi permanente, Dhay habla de sus planes. Se acaba de comprometer con un joven iraquí que vive en Barcelona, pero no tiene prisa por casarse, quiere seguir estudiando y ganar en autonomía personal. Aunque su pareja lo entiende y lo respeta, Dhay sigue lidiando en muchos ámbitos con lo que desea para su futuro y con los tradicionales cánones de su país.

Pero esas piedras no serán las que frenen sus planes. Muchas y mayores son las adversidades que ha tenido que superar a lo largo de su vida. Quiere ser psicóloga. Ese reto tampoco se le resistirá.

Aprendió la importancia de continuar con sus estudios, de seguir formándose y construirse su propio proyecto de vida.

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