Dhay y Antonio llevan más de un semestre preparando la asignatura de matemáticas.
En menos de seis meses Dhay, que ya había sido usuaria de los Servicios Educativos de la Fundación, ha desencallado su futuro, aclarando sus objetivos profesionales: “Ahora sé a qué me quiero dedicar” dice. Y ha conseguido pasar, no sin esfuerzo, del suspenso al notable. “Entiendo mejor los problemas y soy capaz de resolverlos, incluso mi profesor del instituto me preguntó cómo lo había hecho” afirma Dhay, que ha recibido el acompañamiento como voluntario de Antonio, Licenciado en Física, que ha querido aprovechar el tiempo libre del que ha dispuesto durante la pandemia, ya que estuvo en ERTO parcial, poniendo su conocimiento al servicio del voluntariado de la Fundación de la Esperanza.
Durante una hora y media de tres tardes a la semana, Antonio no solo ha reforzado los conocimientos matemáticos de Dhay sino que también le ha ayudado con el catalán. “Antes me daba vergüenza hablarlo y él me animó a leer y a hablar en catalán” afirma Dhay. Desde el primer momento se han encontrado de manera presencial en los espacios para el estudio de la Fundación: “Aquí se reunían todas las condiciones de seguridad, material, buena iluminación y silencio para podernos concentrar en el trabajo” asegura Antonio.
Aprender practicando
Para Antonio “hacer ejercicios, practicar y comprenderlo es fundamental en el aprendizaje de una asignatura que tantas veces se presenta pesada para muchos alumnos”. Pero lo primero que ha querido transmitir a Dhay ha sido “el placer de aprender” así como el valor de las matemáticas como “una herramienta útil en muchos ámbitos de la vida”.
Antonio dice que lo primero que hizo fue dar un libro a Dhay, “no solo para que poco a poco cogiera el hábito de leer sino también para que lo hojeara y la acompañara allí donde fuera, recordándole porqué se lo había dado y con qué objetivo”.
Durante este tiempo, han podido hablar de todo, también de sus familias y de sus experiencias. El vínculo que crearon no solo ha sido importante para adquirir y fortalecer conocimientos, sino también ha facilitado en la joven una mayor seguridad y confianza en sí misma. A veces los procesos que desarrollan las personas sorprenden a los propios voluntarios y manifiestan que reciben mucho más de lo que dan. “La gracia del voluntariado es hacer una cosa sin esperar un retorno material a cambio” dice Antonio “yo vengo aquí porque pienso que hago algo que puede ser útil para alguien y a mí también me hace sentir bien”. “Espero poder contar con Antonio también el próximo año” dice Dhay entre risas, porque ya no se imagina un trimestre sin su compañía.
Antes de empezar el próximo curso a Dhay le espera un verano de trabajo, ya que se ha sacado el título de monitora y realizará sus prácticas como parte del equipo de monitores de la Fundación de la Esperanza. “Estoy muy ilusionada” dice.