Un océano de por medio
Martha y Joselyn

Mil ilusiones en una maleta. Tres cuadernos en blanco en otra. Muchos interrogantes a los que solo el futuro puede dar respuesta en ambos equipajes, los de dos mujeres, Martha y Joselyn, que en etapas distintas de sus vidas y por razones diferentes, iniciaron sendos procesos migratorios. La década en que un océano las separó pasa factura, pero también el tiempo pondrá las cosas en su sitio. Porque madre e hija se quieren y eso basta para curar heridas.

Separada y con una niña de cinco años, Martha trabajaba y estudiaba Contabilidad Pública en la universidad, en Nicaragua. Pero intuía que en el mundo había algo mejor de lo que le ofrecía su país, que la vida le tenía reservado otro lugar en el que crecer. Para ella y para Joselyn. Con veintisiete años cogió su maleta cargada de ilusiones y, en 2010, llegó a Barcelona. Una amiga le había hablado de que allí había trabajo y se ganaba bien. Separarse de Joselyn fue doloroso, pero la dejó en las mejores manos, las de su abuela paterna. Al fin y al cabo, solo pensaba estar fuera un par de años, trabajar y ahorrar para volver a su país, reformar su casa, pequeña y humilde, e invertir en el futuro de su hija. Pero esos dos años se fueron alargando y, aunque alguna vez pensó en regresar a Nicaragua, la opción fue perdiendo peso en favor de otra que auguraba mejor: reagrupar a su hija en Barcelona. Los planes de Martha toparon con la negativa del padre de la niña.

Para Martha, las opciones de encontrar empleo, con estudios, pero sin papeles, eran escasas. Sí lo encontró como empleada del hogar. Cinco años estuvo como interna en una casa en la que se ocupaba de todas las tareas domésticas, además del cuidado de los hijos de la familia. Y contando los días que quedaban para poder llamar a casa y hablar con su pequeña. Hablar es un decir; con lágrimas se decían mucho más que con palabras. Cuánto se echaban de menos. Joselyn era demasiado pequeña para entender las razones que llevaron a su madre a emigrar, pero la ausencia le dolía y, de un modo u otro, se lo hacía saber. Ponía barreras. A veces, aún hoy, las sigue poniendo.

“Con lágrimas se decían mucho más que con palabras”

El pequeño Jared nació en marzo de 2016, solo unos días después de que su hermana, a miles de kilómetros, soplara las velas de su undécimo cumpleaños. La situación económica de la familia, con Martha en el paro, pero sin subsidio, empeoró. El único ingreso era el sueldo de su pareja. Vista la situación, la trabajadora social del CAP Drassanes puso en contacto a la joven madre con la Fundación de la Esperanza, que, de inmediato, la incluyó en el programa maternoinfantil y le prestó el apoyo de CaixaProinfancia.

La participación en este programa le dio un tiempo de respiro para centrarse en la crianza de Jared mientras afrontaba otras decisiones. Los objetivos iniciales parecían cada vez más lejanos, y reagrupar a Joselyn se le antojaba casi imposible. Poco o nada podía resolver desde la distancia. Pensó que era momento de volver a Nicaragua, ya vería si por un tiempo o para siempre. Según estuviera allí la situación. Cogió a su bebé, un año tenía Jared, y regresó a Nicaragua. El reencuentro entre madre e hija no fue como ambas esperaban. Jared, sin quererlo, se convirtió en una pequeña barrera en su relación. Reclamaba tanto a su madre como necesidad tenía Joselyn de estar con ella. Celos. Los dos querían a su mamá en exclusiva. La situación socioeconómica en el país tampoco había mejorado lo suficiente para que Martha planteara quedarse. El padre de Joselyn seguía oponiéndose a que la niña, que entraba en la adolescencia, se fuera con su madre. Martha regresó a Barcelona, pero se prometió a sí misma que lograría reagrupar a Joselyn, que la convencería a ella y a su progenitor.

Vuelta a Barcelona y vuelta a la Fundación de la Esperanza para activar alternativas de empleo. Con el apoyo de Incorpora accedió a un contrato de trabajo en un restaurante de Ciutat Vella. Fue alternando periodos de trabajo y formación. Cuando Jared empezó la guardería, Martha realizó diferentes cursos. Se formó como cajera y reponedora, hizo prácticas en el Carrefour y se incorporó a esta empresa para hacer sustituciones y como personal de refuerzo. Tras el confinamiento, volvió a trabajar en el mismo restaurante.

El plan de reagrupar a Joselyn seguía bullendo en su mente. Tenía que conseguirlo sí o sí. Y la ocasión se presentó durante la fiesta de celebración de los quince años de la niña, que Martha no se quiso perder. Viajó de nuevo a Nicaragua con Jared. Guarda como oro en paño las fotos del festejo. Joselyn, radiante, con Jared colocándole bien la cola de su imponente vestido largo. Dos hermanos criados en la distancia, que no se reconocen como tal. Martha sufre por ello, pero sabe que Joselyn, a medida que madure, acabará abrazando a Jared como lo que es, su hermano, un pedacito de ella misma.

Martha sintió esos días que el deseo que hasta entonces solo había sido de ella, traer a su hija a Barcelona, Joselyn empezaba a hacerlo suyo. Ya estaba preparada para dar el paso, para irse con ella. Y justamente esa era la vía para convencer al padre, que fuera Joselyn quien se lo pidiera. Lo hizo y aceptó.

Pese a quererlo, la decisión provocó un desgarro en el corazón de Joselyn. Dejar atrás la vida que se conoce no es fácil, duele. Las heridas todavía no han cicatrizado. Pero las razones para hacerlo, diferentes a las que una década antes habían empujado a su madre a emigrar, eran poderosas. Ella, que es una joven aplicada, quería estudiar y Barcelona le daba más oportunidades. De pocas palabras, su subconsciente habló por ella. Cuando tocó preparar la maleta para el viaje, solo puso tres cuadernos. Ni un pantalón. Ni una sudadera. Ni un pijama. Nada. Solo tres cuadernos por estrenar y unos cuantos lapiceros.

Con este equipaje, y otro que le preparó Martha, Joselyn llegó a Barcelona a principios de 2020, justo antes de que estallara la pandemia. Dio tiempo a que la Fundación de la Esperanza la incorporara al programa CaixaProinfancia, pero poco más. Ni siquiera pudo empezar la escuela. Aprovechó las semanas de confinamiento para aprender piano. En cuanto las restricciones por el coronavirus se empezaron a relajar, Joselyn se incorporó a diferentes actividades de la fundación, como el casal de verano, e incluso realizó un año más tarde el curso de premonitora de ocio. Necesitaba relacionarse con otros jóvenes de su edad y acompañamiento para afrontar su nueva realidad. En la fundación, esa joven tímida e introvertida encontró lo uno y lo otro.

“Mil ilusiones en una maleta. Tres cuadernos en blanco en otra.”

Como buena estudiante que es, aprendió rápido catalán y superó la ESO y el bachillerato sin problemas. En este proceso estuvo a su lado la Fundación de la Esperanza, poniendo a su alcance todos los recursos, primero con la participación en el Centro Abierto y después en el Aula Joven para preparar las pruebas de acceso a la universidad. La fundación sabía que los iba a aprovechar y que cumpliría su meta de estudiar una carrera universitaria. Sabe que los estudios son su mejor activo cara al futuro, esté aquí o en su añorada Nicaragua, y se deja ayudar para llegar a su objetivo. Sus buenas notas dan fe de ello.

El proceso de adaptación no ha sido sencillo. No puede verbalizarlo, pero sus silencios son muy elocuentes. También sus lágrimas. Siente nostalgia. Siente que aquí no encaja. Tiene amigos, pero echa de menos a los que dejó en Nicaragua. No acaba de digerir el proceso migratorio de su madre. Martha, amorosa, espera paciente esta comprensión; sabe que lo entenderá cuando Joselyn tome sus propias decisiones y construya su proyecto de vida. Como lo hizo ella. E igual que Martha, Joselyn quiere ir a diferentes países a experimentar cosas nuevas. Reino Unido y Alemania están entre sus destinos favoritos. Martha acepta y respeta sus deseos. Porque así es el amor que las une. Inmenso.

Joselyn no acaba de digerir el proceso migratorio de su madre. Martha, amorosa, espera paciente esta comprensión.

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