Tres sillas y una nueva vida por delante 
Donis y Carolina

Si hay que llorar, se llora. Pero te secas las lágrimas y para adelante. Ni un paso atrás. Así ha sido cómo Donis y Carolina, una joven pareja venezolana, se han labrado un nuevo futuro en Barcelona junto con sus dos hijos. Detrás hay mucho esfuerzo, mucho trabajo, mucha fortaleza y mucha ayuda de la Fundación de la Esperanza y de otras entidades sociales de la ciudad que tejieron una sólida red de solidaridad. Pese a los malos momentos, no se arrepienten de la decisión tomada. Lo volverían a hacer. Una y mil veces. Su país, con un galopante deterioro de la situación socioeconómica, no les ofrecía un mañana. Ahora lo tienen y lo llenan de sueños por cumplir.

Ingeniero él y licenciada en Educación ella, Donis y Carolina vivían bien en Venezuela, en San Félix, a orillas del Orinoco. Tenían una vida estable y acomodada. Hasta que la economía del país entró en barrena. Tuvieron que desprenderse de propiedades para vivir, cambiar a los niños a una escuela pública y sortear como podían los cortes de servicios básicos, cuando no de agua, de luz, y el desabastecimiento de alimentos y problemas del transporte público. Donis pasó de cobrar un sueldo mensual equivalente a 1.300 euros a solo ¡cuarenta! El litro de leche, cuando había, escaló hasta los diez euros. Imposible vivir. Imposible seguir en Venezuela.

Le ofrecieron un contrato de media jornada. Por fin, podían empezar a hacer planes.

Donis fue la avanzadilla de la familia. Su madre y su padrastro ya vivían en Barcelona desde hacía años. Más de una vez le ofrecieron ayuda para dar el salto. ¿A qué esperas? Y, vista la situación, no esperó más. En junio de 2019 llegó a una ciudad que ya conocía como turista, pero esta vez lo hizo con pasaje solo de ida. Mientras Carolina lidiaba con las penurias de su tierra, Donis empezó a buscar trabajo. Sin papeles, misión casi imposible. Pero él quería trabajar, no importaba de qué, ni cómo, ni dónde. Necesitaba dinero para traerse a su familia. Ya fuera de albañil o recolectando verduras y hortalizas en el Penedès, Donis siempre conseguía un jornal. Daba igual si eran cuarenta o cincuenta euros. Trabajar, ahorrar, trabajar, ahorrar. Y al poco reunió el dinero suficiente para uno de los pasajes; su padrastro le prestó el resto para que Carolina y los pequeños Paul y Donis, de once y seis años, volaran a Barcelona. Una deuda que llegó a alcanzar los cuatro mil euros y que Donis devuelve puntual a razón de doscientos euros al mes.

“Iban a empezar una nueva vida. De cero. Pero juntos.”

Carolina pidió a Donis tres meses para poder vender el coche y algunos enseres y reunir un poco de dinero para empezar la nueva vida en Barcelona. La cama, la lavadora, la secadora... Cada objeto que salía por la puerta del apartamento dejaba un vacío en la casa y en el corazón de Carolina. Pero si hay que vender por una buena causa, se vende. Y punto. Así de práctica es la venezolana. Para los niños tampoco fue fácil ese proceso. Y a cada interrogante que Carolina resolvía a sus hijos, a ella se le abrían dos. Llegó el 22 de octubre, fecha del vuelo a Barcelona. Tras más de doce horas en coche desde San Félix hasta Caracas, acompañada por su padre y con un niño en cada mano, Carolina se topó de bruces con un escollo legal. La Unión Europa no reconocía la prórroga que le habían expedido a su pasaporte caducado. No podía viajar. Se quedó en tierra con su mochila, sus niños y la incertidumbre de cómo resolver el contratiempo. Por insistente, logró un nuevo pasaporte unos días después, pero el trámite, con la consiguiente espera en Caracas y el cambio de billetes de avión, se llevó por delante el dinero que había conseguido vendiendo sus pertenencias.

El 20 de noviembre los tres aterrizaron en Barcelona. Donis les esperaba contento. Iban a empezar una nueva vida. De cero. Pero juntos. Los cuatro. Poco se imaginaban entonces lo mucho que les quedaba por pasar y que una pandemia global acechaba a la vuelta de la esquina. Ni ellos ni nadie. Donis seguía trabajando de lo que podía, de repartidor, haciendo mudanzas, y sacando un jornal que, como buen administrador que es, repartía en tres partes. Si sacaba cuarenta euros, diez se los daba a su madre para los gastos de la casa, otros diez para ellos y veinte directos a la hucha. Los niños fueron escolarizados de inmediato en la Escola Mediterrània, de la Barceloneta. Conocida su situación, allí les tendieron los primeros puentes de ayuda.

El Equipo de Asesoramiento y Orientación Psicopedagógica (EAP) del centro escolar puso a la familia en contacto con la Fundación de la Esperanza. Tuvieron una primera reunión presencial un mes antes del confinamiento para conocerse y conocer sus necesidades y potencialidades. La familia ya era atendida por el Servicio de Atención a Inmigrantes, Emigrantes y Refugiados (SAIER) del Ayuntamiento de Barcelona. Pero Donis no quería la prestación y la casa que ofrece el plan de asilo; él quería trabajar, trabajar y trabajar y sacar a su familia adelante por sus propios medios. Y con esas llegó el cerrojazo del coronavirus. Menos posibilidades de trabajo y encerrados en una casa con otras cinco personas. La Fundación de la Esperanza y la Cruz Roja activaron un plan conjunto de apoyo a la familia dada su situación de fragilidad. Un trabajo en red. Tarjetas CaixaProinfancia para los niños, acceso al banco de alimentos y mucho asesoramiento sobre recursos y acompañamiento por parte de la fundación para mantener a flote su resiliencia.

La convivencia en la casa se fue deteriorando. Así que, un mes después de decretar el estado de alarma, se mudaron a una habitación minúscula, con solo una cama individual en la que dormían los dos niños –para los padres, un colchón en el suelo–, por la que pagaban 450 euros mensuales. Mejor eso que seguir en la vivienda familiar.

Con la relajación de las medidas anti-COVID, la Fundación de la Esperanza empezó a plantear alternativas de formación a la pareja para lograr su inserción laboral una vez que tuvieran regularizada su situación en España. A Carolina le ofrecieron participar en el curso de Auxiliar de Geriatría en Atención Domiciliaria en colaboración con Sant Joan de Déu, dentro del programa Incorpora. Sí, claro, adelante. Lo que sea. Acabó la formación y casi al mismo tiempo que obtenía su NIE, le ofrecieron un contrato de media jornada. Por fin, un contrato en la familia. Podían empezar a hacer planes.

El contrato laboral de Donis tuvo que esperar. No obtuvo su permiso de trabajo hasta marzo de 2021. Con Donis se inició la intermediación laboral, valorando posibilidades de formación, pero vistos sus estudios y experiencia en Venezuela, se optó por la gestión directa de ofertas de empleo en un puesto que tuviera un perfil de mantenimiento. Le ayudaron con el currículo y con las ofertas de empleo, que llegaron más pronto que tarde. Entró en cuatro procesos de selección. En uno de ellos, superó la primera entrevista, la segunda, la tercera y en la cuarta escuchó unas palabras que le supieron a gloria: “Bienvenido, estás contratado.” ¿A quién llamó primero para darle la noticia? ¿A Carolina? No. A la técnica de la Fundación de la Esperanza que en todo este tiempo no le soltó la mano. Donis trabaja en el área de mantenimiento de una empresa de Castellbisbal, con un buen sueldo y con posibilidades de promoción interna.

Una nueva formación le permitió dar un salto laboral.

Con dos contratos y todo lo que habían podido ahorrar, se plantearon salir de la minúscula habitación y alquilar un piso para ellos. Se mudaron el 1 de enero de 2022, solo un día antes de que Paul, el mayor, cumpliera los catorce años. Tres sillas por todo mobiliario. Volvieron a dormir en el suelo, pero esta vez lo hicieron sobre un colchón de felicidad. La nueva vida había dado comienzo. Carolina mejoró su empleabilidad obteniendo también, en una formación de Sant Joan de Déu, el certificado de profesionalidad de gerocultora, lo que le permitió dar un salto laboral: ahora trabaja en una residencia y con contrato a jornada completa. Fue su año, crecieron como personas, como familia, y el matrimonio se reencontró en una nueva dimensión más equilibrada. Los niños, que en todo este tiempo contaron con ayuda de la fundación, ya sea para refuerzo escolar o para participar en las actividades de verano, están felices. El mayor, no obstante, extraña Venezuela; un pedacito de su corazón sigue allí.

La Fundación de la Esperanza fue su guía y su apoyo en los momentos más difíciles. Ahora ya vuelan solos y apuntan a nuevos horizontes. Donis quiere comprar una casa y aspira a un trabajo por proyectos que le permita viajar; Carolina sueña con montar un negocio, quizás de arepas, de las que en la fundación hablan maravillas de lo sabrosas que las cocina. Y volverán a Venezuela, claro, pero de vacaciones, como turistas, a disfrutar, a ver a la familia y a los amigos que dejaron atrás. Pero regresarán a Barcelona, su casa.

"Si hay que llorar, se llora. Pero te secas las lágrimas y para adelante. Ni un paso atrás."

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