El círculo virtuoso 
Lia

De tú a tú. De corazón a corazón. De mujer a mujer. Lia sabe de la ayuda que realmente protege, de la que acompaña sin juzgar, de la que envuelve en un abrazo. Y lo sabe no solo por su formación –es psicóloga y terapeuta Gestalt–, sino sobre todo porque en los momentos más duros de su vida ella recibió ese apoyo reparador, en lo material, pero también en lo emocional, y siente que es desde esta experiencia vital, desde ese reconocimiento del otro, como más ayuda. Con la Fundación de la Esperanza, Lia ha logrado cerrar su círculo virtuoso.


Un curso de guión cinematográfico llevó a esta joven portuguesa a instalarse en Barcelona desde su Aveiro natal por un periodo de seis meses. Ese era el plan inicial, pero varios inesperados giros narrativos cambiaron la película de su vida. Aunque con tintes de drama, el filme rebosa, como su protagonista, amor, bondad, ternura y esperanza. ¡Ojo, spoiler! La película tiene final feliz. Lia es hoy una mujer tremendamente feliz. Más que nunca.

El apoyo emocional que recibió fue vital cuando la familia recibió el diagnóstico de Gael.

Hagamos un flashback para retomar el inicio de la historia. Corría 2008 cuando Lia, con veintisiete años, aterrizó en Barcelona. El flechazo con la ciudad fue inmediato y, pasados los seis meses, decidió quedarse. Aveiro se le quedaba pequeña. Los primeros años transcurrieron plácidamente. Gracias a su dominio del inglés, y del portugués, resultó muy fácil encontrar trabajo en un call center y, además, cobraba lo que nunca había ganado en su país ejerciendo de psicóloga en el Servicio de Empleo y Formación de Portugal. Encadenó ocho años de contratos en diferentes centros de atención telefónica hasta que dijo basta y apostó por trabajar como terapeuta Gestalt, disciplina en la que se había estado formando en Barcelona. Licenciada en Psicología por la Universidad de Coímbra, nunca encontró el tiempo y el dinero para convalidar su título en España.

Año 2014, un nuevo personaje entra en escena: Gonçalo, también portugués, del Algarve, y también terapeuta Gestalt. A diferencia de lo que le pasó con Barcelona, el suyo no fue un amor a primera vista; su relación se cocinó a fuego lento. Se instalaron en el Raval, en un piso de 35 metros cuadrados, que los dos utilizaban también para sus terapias, por el que pagaban 790 euros. Con sus ingresos, iban tirando, unos meses mejor que otros, porque, sin contrato, no hay vacaciones, pagas dobles, subsidio de paro o bajas laborales. Gonçalo padece esclerosis múltiple, con una discapacidad reconocida del 37 %, y aunque hace tiempo que no tiene brotes, el cansancio puede a veces con él. Tres años después, un embarazo vino a colmar la felicidad de la pareja. Vivieron la gestación con la ilusión de unos padres primerizos; poco imaginaban el nuevo giro de guion que les esperaba. El pequeño Gael vino al mundo en junio de 2018. El bebé nació con poco peso, hipotónico, con dificultades para succionar y rigidez en la musculatura del cuello.

“Las puertas de la entidad se abrieron y eso lo cambió todo”

Con un recién nacido que requería de cuidados especiales, Lia no pudo volver a trabajar ocho horas al día. Gonçalo, por su enfermedad, tampoco. Los ingresos familiares se resintieron. Ellos, que pensaban que con amor bastaba para criar a un hijo, tuvieron que acabar recurriendo a los servicios sociales a pedir ayuda. Llegó un momento en que no tenían ni para los pañales de Gael.

Del alquiler del piso, mejor ni hablar. La pandemia vino a poner más leña al fuego que les consumía. Fue el personal del Centro de Desarrollo Infantil y Atención Precoz (CDIAP) del Raval, al que Gael acudía a sesiones de fisioterapia y estimulación, el que les habló de la Fundación de la Esperanza. Las puertas de la entidad se abrieron para ellos y eso lo cambió todo. Allí encontraron el apoyo que necesitaban, pero sobre todo recibieron mucha ternura, mucha aceptación y mucho acompañamiento. Gael, con su primer año recién cumplido, se incorporó al programa CaixaProinfancia, desde el que se activó el apoyo económico para alimentación e higiene, y Lia se vinculó al servicio de inserción laboral de la fundación. La joven madre, a la que no le caen los anillos por trabajar, accedió a diferentes ofertas de empleo: limpiadora, monitora de comedores escolares, profesora de inglés... Lia agradece todos los recursos que pusieron a su disposición desde 2019, pero lo que más valora es el acompañamiento que recibió, un acompañamiento alejado de la condescendencia, del ¡ay, pobrecita! o el escrutinio crítico, el algo habrás hecho para estar así. Un acompañamiento que empodera, que respeta la autonomía personal. Dame la mano que vamos a recorrer juntos el camino.

El apoyo emocional que recibió en la fundación fue de vital importancia para Lia cuando la familia recibió el diagnóstico de autismo de Gael. Ella sabía que su pequeño era diferente, no miraba a los ojos, no respondía a su nombre. Algo intuía, pero el mundo se le vino encima cuando le dieron la noticia. Lia tenía una visión muy estereotipada del autismo. Tuvo que hacer su duelo por el hijo que no tuvo, por ese hijo que proyectó desde pequeña, para poder ver y conectar con el niño que tuvo. Con su niño, con Gael, al que sí amó desde el primer minuto. En este proceso, y debido a la poca información que tenía sobre la condición que sufre Gael, la culpa la fue carcomiendo. Gonçalo, en cambio, vivió la situación con mucha más entereza. Por su experiencia vital, acepta todo lo que viene con mucho amor y tranquilidad. Para Lia, su compañero fue su mejor medicina.

Lia iba compaginando algunos trabajos con clases de inglés en un centro privado, primero como monitora de verano y después como profesora unas horas a la semana. Tras el confinamiento por la pandemia en 2020, especialmente duro para la familia, encerrada en un piso de 35 metros cuadrados y con un bebé que empezaba a dar sus primeros pasos, Lia y Gonçalo fueron recuperando los ingresos y una cierta estabilidad laboral y económica, pero tuvieron que dejar su vivienda.

No les renovaron el contrato de alquiler y, con los precios por las nubes, no podían acceder a un nuevo piso. Por suerte, unos conocidos les ofrecieron instalarse en su casa hasta que encontraran dónde vivir. Hoy, y gracias al giro de guion que viene a continuación, han podido alquilar una vivienda que pueden pagar. Es un sótano, sí, y eso explica su precio asequible, pero en poco tiempo lo han convertido en un hogar acogedor lleno de luz, color y amor.

“La forma con la que Lia se relaciona con las madres viene de un lugar en el que ella ha estado.”

En noviembre de 2022, Lia recibió una llamada de teléfono que iba a cambiar su vida. Llamaban de la Fundación de la Esperanza para ofrecerle un empleo, por supuesto con contrato, para trabajar media jornada como apoyo en el programa maternoinfantil de la entidad. Lia no se lo podía creer, qué suerte la suya. Pero la oferta no tiene que ver con la suerte,sino en cómo es Lia y en lo mucho que da y se da a los demás. La fundación estaba esperando la menor oportunidad para contratarla, consciente de que su experiencia, haber sido usuaria, le aporta un plus. No es lo mismo vivir que ver una situación, un problema. La forma en que Lia se comunica y relaciona con las madres que asisten al programa, a las que recibe siempre con sonrisas y besos, viene de un lugar en el que ella ha estado y en el que todos, si la situación se tuerce, podemos llegar a estar.

Por primera vez, Lia, que sigue dando por las tardes algunas clases de inglés, está haciendo lo que más le gusta en la vida y por un salario digno, que le ha permitido solicitar la retirada del ingreso mínimo vital (IMV) concedido el año pasado. Esa corriente de amor, respeto, complicidad, acompañamiento y reconocimiento que une con un hilo invisible a todas las mujeres del programa, ya sean usuarias o trabajadoras de la fundación, alimenta a Lia. Tanto que hasta Gael lo percibe, nota una energía diferente, más positiva; el pequeño está mucho más alegre y comunicativo desde que su mamá trabaja en la fundación. Gael va a la escuela, sigue sus terapias y, aunque es un niño no verbal, se comunica mediante gestos y pictogramas. Es un niño feliz. Y Lia más, por Gael, por Gonçalo, por ella, por el trabajo que el programa hace con las madres y por poder saciar su deseo de devolver a otras mujeres todo lo bueno que ella ha recibido. Con este círculo virtuoso por fin cerrado, Lia está representando el papel de su vida. Bien se merece un premio.

Un hilo invisible que une a todas las mujeres del programa, ya sean usuarias o trabajadoras de la fundación.

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